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alianza lima

Un hincha de la barra mansa

Publicado: 2017-08-16

Frisaba más o menos los diez años de edad cuando decidí ser futbolista, más por monería que por vocación. Veía a mis hermanos y a sus amigos madrugar para ir a la cancha de fútbol de Huaraz a postrarse con pasión, a los pies de la pelota. Yo empecé entonces a soñar con entregarme a sus brazos. Me ilusionaba ser arquero, algo así como transformarme en tigre, pez y pájaro a la vez, hasta que un día decidí comprarme una camiseta deportiva, rodilleras y chimpunes, los más vistosos y caros. Quería ser guardavalla como mis hermanos Óscar y Carlos, con quienes íbamos a jugar desde muy temprano a la cancha de Huaripampa de la ciudad de Huaraz, dirigidos por Tito La Rosa Sánchez, gran futbolista y excelente entrenador.

La tarde de mi debut, cuando entré a la cancha, lo hice entre ruidosas manifestaciones de la muchachada del barrio, seducida quizás por mi amante vestimenta. Al término del partido salí, en cambio, entre silbatinas, risas y aderezadas burlas de los amigos. Mi desempeño en el arco, como ustedes sospecharán, fue una impecable catástrofe. Ese mismo día de mi debut colgué los chimpunes y di por concluida mi velocísima carrera futbolística.

Más tarde, repuesto de mis averías emocionales, en despecho, no me quedó otra cosa que volverme un terco espectador. Y lo fui por décadas. Me convertí en hincha de Alianza Lima, enardecido por las diabluras de los ángeles negros del balompié peruano. Durante años no me perdí un partido, desde las escalinatas de popular sur, en el estadio de Lima, adonde me llevaban mis hermanos mayores, aliancistas que contagiaban su fiebre blanquiazul a toda la familia. Tal era el delirio de mi hermano Óscar, el pintor, que cierta vez dejó por un instante los pinceles y compuso una polca a Alianza Lima, canción criolla que no cesa de oírse en cuanta jarana hay en Matute y de propalarse por los parlantes en clásicos Alianza-U en el estadio Alejandro Villanueva.

Si bien es cierto que fracasé en el fútbol, puedo decir con orgullo que fui un correcto aficionado, un hincha de la barra mansa, digamos algo vehemente. Era yo de los hinchas ya desaparecidos que, al finalizar el partido, se lanzaba al gramado para pedirles autógrafos a los jugadores. No sé por dónde andará el álbum en el que coleccioné las grandes tapadas de los arqueros y también sus  firmas que parecían en el papel acrobáticas jugadas adornadas de ruletes. Después, poco a poco, me fui alejando del estadio, convirtiéndome en un espectador intermitente y televisivo.

La juventud perdida y la añoranza de aquellos años abrazados a los héroes de mi infancia afinaron mi sensibilidad memoriosa y la persistente idea de escribir un libro de poemas con la historia de Alianza Lima, en el que rememorara los ruletes y el pequeño drama de cada jugador.

Ahora, transcurridos tantos años, aquellos amigos que me pifiaron a la salida de la cancha cuando fungí de arquero, se solazaron con "La gran jugada", libro que quizás entusiasma a unos y sorprende e irrita a otros, que tiene de oda y elegía, de drama y tragedia, de juego juvenil, de estrofas solares ornamentadas de caligramas, poema en el que se fusionan el lenguaje del Siglo de Oro y el habla popular y deportiva; obra crítica que interpola ecos de otras voces convocadas  para cantar a los íntimos de la Victoria; en ella subyace la oralidad negra a lo largo de sus páginas, evoca los años de la esclavitud y reflexiona con tono manriquiano sobre la fugacidad de la fama y lo efímero de la vida; libro lúdico que constituye —en suma— un canto a la libertad y a la vida misma (“¡la pelota zumba y vuela!”), y que es en el fondo un recobrado álbum de mis recuerdos futbolísticos que perdí. Ninguna gloria queda brillando sobre la hierba.

Mi poema tiene mucho de juego. Escribí Vida Cantada jugando, y espero que el lector juegue leyéndolo. Cómo me gustaría que terminara su lectura con la sensación de haber asistido a un buen partido de fútbol, sintiendo que se conjugaron, en la letra y el papel, la poesía del fútbol y el fútbol de la poesía. (Publicado en Vida Cantada, memorias de un olvidadizo, 2017)


Escrito por

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).


Publicado en

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).