Leer a Eduardo Galeano es asistir a una fiesta del idioma y la inteligencia. Su prosa invita a escribir, contagia. Uno termina con la sensación de que escribir es fácil, tal es la naturalidad y la claridad con que dice las cosas, virtudes a las que hay que añadir la brevedad, esa capacidad de síntesis de su escritura, y el halo de poesía que la imanta y la embellece. Es un derroche de economía de palabras, y es abundante con tan poco que el lector agradece y aclama.  

Hemos coincidido con Galeano en varios eventos. Yo lo he visto de lejos, agitado, asediado y reclamado, antes y después de cada intervención. Cuando presentó en España su libro Fútbol a sol y sombra, el público de Madrid se sentía en el amplio espacio apretado de la librería como en el estadio Bernabéau en un lleno de bandera, gozoso por ver a su jugador favorito.

En estos tiempos de euforia futbolística, a Pablo Neruda no lo conmovió el rumor popular de los estadios ni la pujanza juvenil de los juegos olímpicos. Un aficionado podría reprocharle no haber dedicado un poema al fútbol o una oda a la pelota, a él que abarcó en su poesía todos los temas, desde los más elementales y sencillos hasta los más ambiciosos y trascendentes. Toda alusión al balompié en su vasta obra poética se redujo a crear el verbo “fútbole” en su libro Estravagario. O quizás fue bastante, dio en el blanco de las redes.

La otra cara de la pelota es la de Eduardo que no sólo escribe sobre el fútbol sino que también juega en la cancha y en el estrado cuando habla de fútbol, charlas que equivalen, para el lector o el aficionado, acudir a ver a un buen partido. Lo hemos visto salir al cuadrilátero de una librería madrileña, esquivando estantes, libros y aplausos, empezar dribleando, adornarse con una frase de palomita, dar un pase en forma de metáfora, avanzar dejando atrás al adversario, sacarse del pecho un adjetivo repentino, convertirlo en balón y dibujar con él una flor en el aire para anotar el gooooooooooooooool! ansiado y ovacionado. Se explica entonces por qué le metió un golazo a Mario Benedetti que jugaba de portero en un partido amistoso entre escritores de América Latina que habían asistido a una reunión en La Habana.  

Como sus libros anteriores, Fútbol sol y sombra también es un compendio de géneros. Tiene de crónica deportiva, de historia, de poema en prosa, de ensayo corto, de memoria personal, de reseña periodística, nimbado cada texto de un hálito lírico que lo convierte en pieza literaria. Se lamenta de no haber podido incluir en su libro del fútbol, por limitaciones de edición, algunos episodios memorables. Uno de ellos – lo contó con pesar en la presentación - fue el de Debianni, delantero argentino que tiró fuera un penal porque consideraba que no había sido. Al final del partido los hinchas casi lo linchan. Contó también la noche de gloria y tragedia cuando se inmolaron los jugadores del Dinamo de Kiev, fusilados por ganar un partido a los nazis. Antes de iniciar el juego les habían advertido: perder o morir. Y ganaron. Eduardo comentó: “la fascinación de la pelota se impuso al sentido de supervivencia”.

Ni en los días difíciles de su salud quebrantada Eduardo perdió el humor, la serenidad y la alegría con que escribe. En una carta en la que declinaba venir a Lima ante una invitación de Rosario Torres, en ese momento gerente del Fondo de Cultura Económica y directiva en ese momento de la Cámara de Libro, me escribió dándome sus razones:

Querido Arturo:

Gracias mil por el convite. Te pido que transmitas también mi agradecimiento a Rosario Torres Pesantes. Lamentablemente no puedo aceptar. Se me ha cruzado un gato negro en el camino. Los médicos lo llamaron Cáncer de Pulmón y yo preferí nombrarlo impuesto al Placer, que tarde o temprano pagamos los fumadores de toda la vida. Por pagar lo que debía, dejé medio pulmón en el quirófano, y pensé que había cumplido. Pero no, después empezó la quimioterapia, que así se llama la Medicina a los bombardeos de Hiroshima que te matan las células malas, las dudosas y las buenas también, por mi bien y por las dudas, según me explicaron. En eso ando todavía. Después tendré un tiempo de recuperación, que me tendrá fuera de circulación quién sabe hasta cuándo. Ustedes sabrán comprender. No puedo arriesgar ninguna aparición pública, porque mis células están a medio cambiar y no sé qué opinan de la vida y del mundo, las células nuevas que están empezando a ser yo”.

No hacía mucho Eduardo Galeano había andado por el “desierto de los desiertos” del Sahara, sin sentir los signos inamistosos de su salud. En esos enormes espacios deshabitados, azotados incesantemente por fuertes vientos, le sobraba el aire para solidarizarse con los saharahuis . Meses después empezó a sentir malestares inquietantes en la respiración y se produjo el diagnóstico, la operación y e l tratamiento de los que ya se ha restablecido.

Las células nuevas se han hecho sus lectoras y se disputan sus libros, han remozado la vitalidad y el humor que Eduardo no abandonó ni en los momentos más cruciales. Decía que meses antes se hallaba en el desierto del Sahara asistiendo al Festival Internacional de Cine que se realiza todos los años en medio de esas arideces, donde acampa el pueblo saharahui, desde que Marruecos le arrebató su país a vista y silencio del mundo entero. Gracias a Argelia que le dio refugio, sobrevive la mayoría de sus pobladores en esos parajes inhóspitos, soportando las brasas del sol y las tormentas de arena. Ahí -señala Eduardo-, “los saharahuis han sido capaces de crear la sociedad más abierta, y la menos machista, de todo el mundo musulmán”. Ahí moran sin sus tierras, mares y ríos , sin sus árboles y sin sus lluvias. Marruecos sólo les dejó la sed y las tinieblas de la noche.

Ya son más de ochentaidos países los que han reconocido a la República Saharahui, entre los que no figura el Perú. No tenemos embajador de ese pueblo indómito y sacrificado, que sueña y lucha porque le devuelvan su país apelando a la solidaridad del mundo. Galeano cuenta que los Saharahuis se llaman hijos de las nubes porque desde siempre persiguen las lluvias, la justicia, que en el mundo de nuestro tiempo parece más esquiva que el agua en el desierto.

Por mi parte lamento que el Perú permanezca esquivo en reconocer a la República Saharahui. Pablo Neruda que cantó al Perú, a sus héroes y a ese asombro de piedra que es Machu Picchu, escribió: “Perú, corona de las águilas, ¿existes?.

Hoy los diarios dan la noticia de que Eduardo Galeano ha muerto .


(de Vida Cantada)


(Foto de portada: EFE)