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El gato de los siete oficios

Publicado: 2012-07-31

El gato ha sido desde tiempos remotos adorado. Se le rindió culto. Se sabe que las mujeres egipcias se afeitaban las cejas en señal de duelo a la muerte de un gato. Lo han cantado poetas y lo han esculpido escultores. Son conocidos los poemas de Baudelaire, de Fernando Pesoa, de Pablo Neruda. En el Perú ha escrito todo un libro a su gato Winston Orrillo, y yo también tengo más de una oda a varios gatos, hembras y machos, que habitaron en la casa y pernoctaron sabe dios en qué residencias de las oscuridades, de las que retornaban magullados, maltrechos, cuando no malamente heridos. Varios terminaron hospitalizados.

Neruda dice del gato: “sus ojos amarillos/ dejaron/ una sola/ ranura/ para echar las monedas de la noche”. Lo llama “ sultán del cielo/ de las tejas eróticas”… “policía secreta/ de las habitaciones”. Y yo me pregunto contemplando al enigmático felino: “s i no le crecieron alas/ por qué tiene vuelo?”… “¿qué le ha impedido ser flor?”… “¿se está trasmutando en cisne?”.

Jorge Díaz Herrera nos dará conocer esta tarde unos versos con los que canta y cuenta las peripecias de un personaje singular: El Gato de los Siete oficios, integrando al autor en la larga lista de los escritores gatunos.

En el Perú, donde escasea el trabajo, se hace cada vez más difícil ganarse el bolo alimenticio de cada día, y no hay Hada Cibernética alguna que venga en nuestro auxilio. Hasta los gatos salen por las noches a patear las latas de atún vacías y se ven obligados a realizar diversos oficios para ganarse el techo de cada noche. Y si no conozcamos la historia en verso del magín fecundo y felino de Jorge, escrito durante sus desvelos nocturnos. Fábula para todo tipo de lector (lo leerán hasta los gatos), con la que intenta enseñar a vencer los obstáculos accidentados de la vida. Está escrita con ingenio y gracia y ternura. Se percibe su música y los versos fluyen cargados de sugerencias, en una certera capacidad de síntesis, virtudes cardinales que siempre debe ostentar la poesía, más aún si se dirige a los niños. Todas las historias que les contaré enseguida, las he tomado del poema de Jorge. Yo he necesitado mucho espacio y él pocas palabras. Libro que tiene mucho de biográfico. Jorge ha desempeñado en la vida siete oficios: es poeta, dramaturgo, novelista, escritor para niños, periodista, profesor y conferencista, los siete colores del arco iris bajo sus cejas pobladas de siete bosques. Ha sido y es, asimismo, habitante esporádico de siete ciudades: Celendín, Trujillo, Huanchaco, Cajamarca, Madrid, Barcelona, Chaclacayo. Podría decirse que sus piernas han caminado como remos sobre las aguas de siete mares. Habrá algún lector que piense de él que es un gato de siete Jorges, presentado por un Arturo de siete gatos. Y no estaría equivocado.

Su Gato de los Siete oficios, es Gato emergente, emprendedor que para sobrevivir de la crisis tuvo que arrancarse un mechón de su pelambre, forjar su herramienta y convertirse en pintor de brocha gorda. Así salió a pintar las casas del barrio, a cambio de un pericote desnutrido o una distraída cucarachita mandinga capturada por un descuido familiar.

Se hizo más tarde Gato Obrero, gato de todo terreno, vestía mameluco a rayas que había pertenecido a un tigre (su pariente cercano) , hallado en una lata de basura junto a un circo pobre, de esos que en el verano llegaban a Trujillo y constituían la felicidad de los niños. Sobre todo del niño Jorge que asistía a las funciones del circo vestido con su traje de marinerito, igualito al mío, y otras veces con sus pantalones bombachos. Yo puedo dar fe, ahora que en estos tiempos hasta la fe de erratas ha perdido la fe.

El Gato aludido se hizo inspector de trenes, con su gorrito visera desplazándose sobre rieles, haciendo adiós a las estaciones (verano, otoño, primavera, invierno) de farol en farol, hasta perderse en el horizonte, mientras sacaba la cabeza y los largos bigotes por las ventanas del ferrocarril en marcha, Lima-Huancayo-Lima, pintarrajeándose la cara con el humo.

Después desempeñó el papel de Gato barredor o barrendero, usaba la escoba que le arrebató a una bruja despistada, que ambulaba por los techos, sin respetar el territorio de los gatos. Toda la noches el héroe del cuento cumplía con eficiencia la función de policía municipal. Barría sin desmayar las calles pobladas de mendigos , a los que cuidaba y les aseaba su parcela de suelo y de pobreza.

Fue también Gato Fenicio, vendedor de mercancías, corriendo de un lado a otro, como gata en celo huyendo de gatos con ojos inyectados de ansiedad y piel y uñas erizadas.

No dejó tampoco de graduarse de Gato albañil, con su escalera al hombro. Se la había comprado a una antigua patrona que lo despidió de la Casa de Huéspedes por trasnochador y libertino.

También se recibió de Gato panadero, bendecido por todos los vecinos al despertar la mañana, cuando pregonaba los panes que vendía en grandes canastas de mimbre, pan francés, pan integral, rosquitas confitadas y semitas del mejor trigo y de la más pura levadura.

Afiliado al correo de la ciudad (Ser Post), terminó haciéndose Gato cartero, con buzón, estampillas y todo. Tan entregado al oficio, que de puro comedido se leía las cartas antes de entregárselas a los destinatarios. Lo hacía con el noble propósito de contarles lo que decía y liberarlos de la tediosa tarea de leerlas. Fue en una de esas circunstancias que conoció al poeta Juan Gonzalo Rose, autor de Las Cartas Secuestradas. Juan Gonzalo, con esa chispa iluminada que le caracterizaba en la conversación, sostenía que el Gato de los Siete Oficios, por la enorme admiración que le profesaba, fue el gato que atrapaba con agilidad, en mitad del camino, las cartas que enviaba a Lima el poeta desde México, en los duros años del exilio.

Al final, fatigado de tanto trabajar, colgó los diferentes disfraces con los que se ganó la vida el Gato de los Siete Oficios, de los Siete Bigotes, de los Siete Techos, de las Siete Colas, de las Siete Lunas, de las Siete Garras.

Ahora solo nos queda que los niños adquieran de Mascota el cuento de El Gato de los Siete Oficios, cuento que conquistará sus corazones, como lo hicieron antes otras historias de Jorge y que cautivaron a grandes y chicos: Los duendes buenos; Mancha, mi amiga invisible; Mi amigo caballo; La boa de Pepito; Cómo convertir un elefante en caballo; La yegua del lechero; Sones para los preguntones, libros que nos narran las aventuras de personajes inolvidables que, desprendidos de los estantes de las librerías, pasarán desde hoy a morar en el sueño alucinado de los pequeños gigantones.


Escrito por

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).


Publicado en

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).