#ElPerúQueQueremos

La mamatola

Publicado: 2012-05-13

Hace años que no voy al cementerio a visitarte, abuela, mamazoila, mamatola

en nuestra lengua de pilluelos, mascullar cariñoso con el que te bautizamos

para siempre.

Es en el cementerio donde menos te busco y donde menos te encuentro.

No acepto hasta hoy saberte ahí emparedada, rodeada de muertos desconocidos

que murieron sabe Dios de qué tristezas, de qué tercas enfermedades, de qué

padecimientos inconsolables.

Convives, muy a tu pesar, con muertos que quizá carezcan ya de familiares, sin gladiolos

en sus tumbas, como la tuya, sin una oración que los reconforte en su cortejo final a

la fosa común, suerte que nos depara a todos tarde o temprano, abuela.

Cómo pudiste morirte nacida tú para madre y acunar engreidora a tantas criaturas en tus

brazos.

Cómo olvidar que medio planeta de nietos quedó huérfano con tu muerte, después de

una enfermedad larga y penosa que incendió de sombras la casa.

Te imagino inquieta en tu quietud, preocupada por los nietos, por el frío que pudiéramos

padecer con los ventarrones del invierno.

El mar rugía y encrespaba al cielo su melena blanca.

Te vuelvo a ver curandonos el sarampión, la rubéola, la tos ferina, el mal de ojo, las

rechonchas paperas, única vez que fuimos en nuestra infancia gordos.

Casi te oigo refunfuñar por sentirte estirada en la caja, incómoda, tú la más sencilla de las

abuelas; de saberte condenada a la ociosidad, tú que en la vida diaria no conociste reposo ni en las noches en blanco espantando el sobresalto de los sueños.

Diría que te veo con tu crochet tejiendo patucos de lana a las hormigas para que no se hirieran

cargando el grano, zurciendo grietas, y fisuras en las profundidades, recolectando

semillas, bordando flores, con hilos como los que utilizabas para embellecer con encajes

los mantones de la virgen, Hada del cielo que te habrá cubierto con su manto divino,

también bordado por tus manos.

Me parece verte amamantar las raíces, abrigar en tu seno, para que no despierten, los

chanchitos de tierra, quietitos como tus párpados dormidos; verte convertir los gusanos,

con solo tocarlos, en marposas de alas doradas, madre.


Escrito por

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).


Publicado en

Arturo Corcuera

Nació en 1935. Ha publicado, entre otros títulos, Noé delirante ((1963) , Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976).